martes, 31 de julio de 2007

Memorias de un provinciano I

Miren si era yo no ya provinciano a mis 18 años, sino pueblerino, que cuando comencé a trabajar de camarero en el Roncesvalles, un bar de Pamplona, ya desaparecido, estaba encantado con las atenciones que me dedicaban las oficinistas de telefónica que se pasaban el día repartiendo su desbordante presencia de mesa en mesa. Hasta que me informaron que el hecho de que el edificio de Telefónica estuviese al lado nada tenía que ver con el oficio de aquellas encantadoras señoritas. Y se hizo la luz en mi alma y comprendí el mundo.

Miren si era yo provinciano que una de las fijaciones eróticas de mi vida procede de aquella post-adolescencia mía tan ignorante. Vivía en un piso cochambroso de la calle Descalzos de Pamplona. Tan cochambroso que un día que mi santa madre vino a verme, puso la mano en la barandilla de la escalera y se le quedó pegada. Temiéndose, con razón, lo peor, se negó a seguir para adelante. Otro día hablaré de este piso que compartía, entre otros –y J.C.O., si lee esto, no me dejará mentir-, con un exparacaídista que, según nos contaba, había tenido una novia japonesa. Sólo había –nos decía- una cosa más hermosa en esta vida que tener a una japonesa de 18 años desnuda, boca abajo, sobre las sábanas blancas de la cama común. Esa cosa, el súmmum de la belleza accesible a un humano, consistía en darle una buena palmada con la mano abierta en una nalga, para contemplar a continuación cómo se dibujaban los perfiles del gesto posesivo, con sus cinco dedos; cómo en primer lugar emergía el grabado lívido del manotazo que, poco a poco, a medida que fluía la sangre, se tornaba rojizo. El paracaidista se tomaba su tiempo para contarnos la variación de las tonalidades de la huella de su mano sobre la tersa piel amarilla sobre el blanco de las sábanas. Y nosotros lo escuchábamos con más pasión y excelsa beatitud de la que jamás de los jamases espectador alguno le dedicó a Bergman.

Continuará.

6 comentarios:

  1. Esta escena, don Gregorio, me ha parecido más de Berlanga o Passolini que de Bergman. No es de extrañar que tal relato despertara más pasiones que uno del director sueco.
    ¡Madre mía! ¿Se imagina ud un cachete en una de sus películas?

    ResponderEliminar
  2. Buen argumento para una película de Antonioni, que por cierto acaba de pasar a mejor vida.

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  4. Es que a esas edades cualquier hecho vital tiene la envergadura de película de estreno ....con los años vamos adaptándonos y solo vemos reposiciones

    ResponderEliminar
  5. a mi lo que me intriga era que fuese precisamente una japonesa sobre sábanas blancas...

    ResponderEliminar
  6. Amigos: Yo sólo sabía de los japoneses lo que se decía de ellos en los cómics de "Hazañas bélicas", que eran amarillos. A esta japonesa en concreto me la imaginaba casi de un amarillo limón. Después descubrí con decepción que la realidad, tampoco en este caso, estaba a la altura del sueño. Me explico para evitar susceptibilidades: el amarillo de los japoneses deja mucho que desear.

    ResponderEliminar

Comer desde el reclinatorio

 I En el tren de vuelta a casa. Hace frío ahí afuera. Las nubes muy bajas, besando la tierra blanqueada por la nieve. Resisto la tentación d...