lunes, 12 de noviembre de 2007

Las barbas del vecino

Luc Ferry recordaba ayer por la tarde, en la Fundació Antoni Tàpies, un curioso experimento que conmocionó a quienes en el mundo educativo de Francia aún estaban en condiciones de conmocionarse. Me voy a limitar a recoger los hechos, que es lo escandaloso del asunto (si es que entre nosotros aún hay alguien capaz de escandalizarse por estas cosas).

A finales del siglo pasado se encontraron en el departamento de Somme, en Francia, diez mil copias del “certificat d’études” de los años 1923, 1924 y 1925. Básicamente este certificado consistía en una prueba de madurez que realizaban los alumnos de 12 años al acabar lo que venía a ser la educación primaria. Como todos estos “certificat d’études” se encontraban corregidos, con las anotaciones correspondientes de los profesores de la época y la nota final, al ministro de educación del momento (da igual quien fuera, Luc Ferry ha contado, respondiendo a Jordi Pujol que ha ironizado por sobre sus dos años en el cargo de ministro de educación, que los ministros de educación franceses duran un promedio de año y medio) se propuso comparar los alumnos de antaño con los hodiernos, para ver si podía cerrarles de una vez por todas la boca a esos pedagogos carcas que andaban todo el día con la cantinela de la degradación del sistema educativo.

Para hacer la comparación lo más científicamente posible, se tomaron todas las precauciones estadísticas que se consideraron adecuadas. Por ejemplo, como en los años 20 únicamente concluían sus estudios primarios un 10% de los niños franceses, que, por esto mismo, se consideraban los mejor formados de Francia, se eligió para la comparación una muestra representativa del 10% de los niños con los mejores expedientes académicos. Pues bien, después de hacer sudar la gota gorda a los técnicos para que la comparación no se distorsionase por la influencia de elementos incontrolados, se comprobó que nuestros hijos son más zoquetes que nuestros bisabuelos. Los resultados eran decepcionantes tanto en lengua y ortografía como en matemáticas: solamente el 33 por ciento de los alumnos finiseculares conseguían superar un problema de matemáticas que superaba el 80% de los niños de los felices años veinte.

Claro que Ferry, el muy cuco, se ha guardado mucho de decir que no faltaron los que consideraron los resultados aceptables, afirmando que el 90 por ciento de los niños actuales sin duda tendría mejores resultados que los de aquellos tiempos, que apenas si sabían leer. En fin, que el que no se consuela es porque no quiere. No hay nada más polémico que un simple dato objetivo.

6 comentarios:

  1. Aunque la objetividad es difícil he constatado por encuesta familiar y análisis del entorno inmediato que, si alguien del pasado conseguía ir unos pocos años a la escuela, leía de forma muy correcta, también en voz alta, tenia una letra aceptable, sabía donde estaban los países más importantes en un mapa, y también las ciudades y ríos españoles, calculaba problemas de lo que hoy es primaria con facilidad y, si era chica, cosía y bordaba primorosamente, e incluso entendía algo de latín. Además, conocía de memoria algunos poemas, además del catecismo, que era el 'pal de paller' de la cuestión. Porque 'a doctrina' era donde se aprendían esas completas 'beceroles'. Però parece que eso ni preocupa, ni interesa. Soy agnóstica, más o menos, pero constato que, desde que no se sabe 'ni el padrenuestro' se sabe poca cosa más. Otra historia, claro, como en el caso francés, es la de la gran masa de niós que no sabían nada, por las circunstancias, pero aún así creo que, cuando podían, aprendían deprisa la 'básica'. Nada, debe ser que me hago vieja y todo lo veo negro...

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  2. Júlia: Si los mejores saben menos, todo el mundo sale perjudicado. ¿Acaso no queremos que nos gobiernen los mejores?
    Respecto a esta discusión de si se ha empeorado o no, mi experiencia dice que la caída ha sido en picado. Yo he sido maestro de aquellos octavos de EGB y profesor de filosofía de los alumnos de COU.
    Respecto a los primeros, además de que, por supuesto, atendíamos, y de qué manera, a la diversidad, nos preocupábamos porque la mayoría alcanzase un nivel que en aquel momento no sabíamos que era excelente. Los análisis sintácticos que hacían aquellos alumnos de octavo de EGB no los hacen ahora en Segundo de Bachillerato, por poner un sólo ejemplo.
    ¿Y qué decir de los de COU? ¡Si veíamos la Crítica de la Razón Pura! Se la desmenuzaba en clase y me seguían. Y además del contenido estricto del programa, me leían un texto medianamente complejo por trimestre que podían ser "La apología de Sócrates", "El discurso del método" y alguna obra más. Los alumnos actuales de segundo de bachillerato SON INCAPACES DE ENTENDER SU PROPIO LIBRO DE TEXTO.

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  3. No quiero hurtar la gloria de la burricie a mis coetáneos, pero poco me fío de la generación de mis bisabuelos y del efecto Kluge Hans (según R. Dunbar: es aquel famoso caballo experto en aritmética). Hay más de una forma de aprobar un examen, y el énfasis en la memorización, que tanto gustaba en aquellos tiempos, es una de ellas... y no de las más recomendables.

    El sistema es un desastre, pero el anterior era casi igual de malo. La gran diferencia está en la masificación, acompañada del igualitarismo. La proporción de cabecitas pensantes probablemente sea la misma, y puede incluso que mayor, pero se diluye dentro de la masa escolarizada.

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  4. Hay algo que se podría hacer para poner de manifiesto el estado de la educación.
    Consistiría en que los profesores, incluidos los que dan clases a los denominados universitarios, se atrevieran a publicar los exámenes a los que se enfrentan.
    Cuando se viera, por ejemplo, que un futuro arquitecto no sabe ortografía igual algo cambiaba.

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  5. Hace poco me quejé con el inspector de mi zona sobre el estado calamitoso de la ortografía de los chicos que me llegan a primero de ESO.
    La respuesta me dejó anonadada. Para el inspector es normal que no escriban con ortografía porque el conocimiento de la ortografía 'es evolutivo'. Es decir, a los 12 años no se sabe ortografía, pero ya se sabrá...con el tiempo.
    Le pregunté si también consideraría normal que un niño de 12 años pensara que dos más dos son cinco y que 'por evolución' algún día, en un futuro lejano, llegara a la conclusión de que son cuatro.
    Respondió que nadie es perfecto y que no hay que ser demasiado obsesivos con ese tema.
    Después de esa conversación me pregunté varias cosas:
    a) Si a alguien le interesa la enseñanza.
    b) Si, como a mí sí me interesa, soy idiota.
    c) Si un idiota como el inspector es inspector, qué podemos esperar del rollo 'enseñanza'.
    Etc.

    Abrazos.

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  6. Te entiendo perfectamente, Gabriela, y no hay duda de que ese inspector es un mal pedagogo, puesto que permite la adquisición de hábitos que después habrá que desarraigar. Me imagino que en tu infancia también te educarías con la familiaridad de la imagen del árbol que hay que enderezar de jovencito. Es una imagen cargada de sabiduría, porque incorpora un saber de siglos. Pero de repente a los pedagogos les dio por creerse más sabios que nadie.
    Yo, que soy licenciado con grado en pedagogia, propongo la supresión total de esta licenciatura, porque es peor que inútil: es perniciosa. Ha perdido el sentido común.

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