jueves, 2 de diciembre de 2010

El Buda de la playa de Ocata

 Este texto fue escrito a mediados de septiembre. 
Tras haber cumplido su cometido lo recojo en este café 
y se lo dedicó al alcalde de Ocata, Eduard Gisbert, mi amigo. 
Él sabrá entender por qué.


Es difícil no sentirse empapado de melancolía paseando por la playa de Ocata con un paraguas en la mano y sorteando los charcos del camino. Todo está como tiene que estar, y sin embargo el paisaje se impone con una sobrecarga de sentido, como esas hojas secas de plátano que se me enredan entre los pies. ¿Habrá mayor trivialidad que una hoja seca a mediados de septiembre? Los columpios cuelgan inútiles, en silencio y en los chiringuitos van amontonando sillas, mesas y parasoles. Únicamente un par de bañistas resiste, heroicamente, a la invasión del calendario. Una paloma bebe en un charco en el que se refleja una nube. Paralela a la línea de la playa hay una fila de gaviotas, encogidas y tristes, como si estuviesen en la fila del paro. Dos chicos corretean con sus perros junto a dos parejas de adultos que hablan con las manos en los bolsillos. Dos pelotas de playa desinfladas, blanca y roja una y  blanca y azul, la otra, van de aquí para allá, al antojo del viento. A lo lejos un catamarán con tres tripulantes pasa junto a  la piscifactoría abandonada, bajo una franja horizontal de nubes blancas, bajas, un poco deshilachadas que contrasta fuertemente con las nubes grises y amenazadoras del fondo. En uno de los chiringuitos vacíos hay una estatua sedente de Buda, colocada sobre una peana y rodeada de petunias, bajo un precario cobertizo de brezo. Está flanqueada por dos carteles. “Maxibon et posa bon”, leo en uno. El otro anuncia cruji-coques con nombres extraños: atuncrec, crujicabras, combicruc. El Buda da la espalda al mar, para recibir con su pose tranquila a los que llegan a la playa. Se ha pasado todo el verano aquí, tan ricamente. Nadie se ha sentido molesto con su presencia y él continúa impasible. No tiene aspecto de haberse ofendido por nada. Me pregunto cómo es que se ha integrado con tanta naturalidad en el paisaje veraniego de la playa de Ocata, mientras sería impensable ver un crucifijo o una Inmaculada junto a  un chiringuito. Nietzsche sugiere que así como en torno al héroe todo se vuelve tragedia, en torno a Dios todo se vuelve mundo. Me detengo junto al Buda. ¡Cuántas cosas no habrá visto y oído! Quizás hay que fijarse en el mundo que tenemos para saber en qué dioses creemos. Quizás el mundo no sea otra cosa que lo que nos conceden los dioses  a cambio de la fe incondicional que depositamos en ellos.

3 comentarios:

  1. cuantos cruji-coques me habré comido yo en ocata!

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  2. Amen.Que es lo que hay que decir cuando un dios se acerca con una guadaña y nos dice:No te resistas, confía en mí, de un sólo tajo te voy a convertir en uno de nosotros, y nosotros, los conceptos, símbolos o dioses, como bien sabes, somos inmortales.Porque, para ver, primero hay que creer, como bien dice , incondicionadamente, que es como recibimos todo en la infancia y así aprendimos lo más difícil de todo: a Hablar.

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  3. JOOOO USTE NO ESCRIBIO ESTO, LO ESTABA DIBUJANDO,,, TODA SU DESCRIPCION ME RECORDO ESTO http://www.youtube.com/watch?v=i5P4Ryf19jU

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