martes, 27 de diciembre de 2011

Camino de la Paz

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Foto: Christian Maury
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Foto: Christian Maury

Llego a las puertas de la sede del Centro Islámico Camino de la Paz – Minhaj ul Quran a las 6 de la tarde de un miércoles. Antes de entrar, me dejo guiar por la algarabía infantil que suena desde la puerta de al lado, que da acceso a la mezquita. Me encuentro algunos niños lavándose los pies junto a la entrada, y, en el interior, a varias decenas más sentados en el suelo. De lunes a jueves, de 17,30 a 19,30 h, tienen clases de urdú y de lectura del Corán. Tras las abluciones de rigor, sacan de las mochilas el gorro de oración o el chador, para cubrirse antes de sentarse sobre las alfombras. Hoy seguramente no hay en toda Barcelona una iglesia que reúna a tantos niños. Naveed, la persona que he venido a buscar, aún no ha llegado, así que decido dar una vuelta por el barrio y volver una hora más tarde.

La Asociación Camino de la Paz se encuentra en la calle Erasme de Janer, dirigente carlista y potente industrial que llegó a la alcaldía de Barcelona en 1846. No sé qué sueños tenía para la ciudad, pero me temo que en ninguno de ellos contemplaba la posibilidad de que en una calle que llevaría su nombre hubiera una mezquita.

La asociación se encuentra frente a dos peluquerías, una paquistaní y otra filipina. Bajo por la calle hasta la plaza del Pedró, presidida por la imagen de santa Eulalia, donde me cruzo con una niña que va de la mano de su madre. Ambas llevan chador. Me llegan nítidas algunas palabras de la niña: “…porque suena así en verdad la Blancanieves”. Decido sentarme en la terraza del Bar Raval, a contemplar la vecindad transeúnte. ¡Qué luz más hermosa la que cae en diagonal sobre las terrazas! De vez en cuando alguna gaviota la corta con un vuelo rasante sobre los toldos. Uno está predispuesto a creer que la convivencia es un efecto de la luz. Hoy resulta perfectamente creíble el reto de hacer de la multiculturalidad un pluralismo republicano.

Pasan a mi lado turistas cansinos con botellas de agua, ciclistas zigzagueando, jóvenes paquistaníes vestidas con el típico shalwar kamiz de camisola larga y bombachos. Las mujeres se cubren la cabeza con la dupata. Un joven con una tabla de planchar bajo el brazo se detiene a hablar con un treintañero musculado que va en patines. Como tengo tiempo, decido pasear un poco por la Rambla. En la plaza Vázquez Montalbán me encuentro a un grupo numeroso de jóvenes jugando al críquet. Nada más dejarlos atrás, una mujer tan cargada de pintura como ligera de ropa me lanza una invitación. “¿Vienes?” Solo se me ocurre contestarle que estoy casado. “No me importa –me responde– yo no soy celosa”.

A las siete en punto llego de nuevo a las puertas del Centro Islámico Camino de la Paz – Minhaj ul Quran. Me está esperando Naveed. “Si quieres ver a mucha gente, ven el viernes”, me dice, y quedamos para volver a vernos el viernes a las 14,30 h, que es hora de oración.

Los primeros paquistaníes llegaron a España en los años 60, cuando Gran Bretaña comenzó a poner fuertes restricciones a la inmigración y las peligrosas minas del Bierzo, Jaén o Teruel necesitaban una mano de obra barata y temeraria. “Nosotros, los musulmanes –me dice un paquistaní que previamente me ha asegurado que, en verano, cuando llueve en Barcelona, las calles huelen como en su tierra– sabemos que nuestra vida está siempre en manos de Alá”. Aquel primer grupo procedía de la región de Gujrat, de poco más de 500.000 habitantes, que se encuentra en la provincia del Punjab, en el noreste de Paquistán, en la frontera con Cachemira. La mayoría de los paquistaníes barceloneses son gujratis. Es difícil aventurar su cifra exacta en la actualidad, pero, según diversas fuentes, podrían estar en torno a 70.000. Muchos de ellos viven en el Raval.

Naveed me explica que en la mezquita se ven obligados a realizar tres turnos de oración para la plegaria del viernes, porque no caben todos en uno. Me va comentando los detalles del ritual, y pone especial énfasis en hacerme notar que en el momento de las preces los fieles responden con un “amén” a las plegarias del imán. No me dice que “amén” procede del verbo hebreo “aman”, que significa algo así como estar apoyado con absoluta seguridad sobre una roca firme. Por muy fuerte que sea su fe, algunos fieles salen presurosos de la mezquita con el teléfono móvil pegado a la oreja. En su inmensa mayoría practican un islam moderado con influencias del sufismo. “Pero ser moderados –me asegura Naveed– no significa que nuestra fe sea débil. Al contrario. Tenemos un refrán que dice: ‘El que está vacío por dentro suena más’. Lo importante no son los gestos del creyente, sino su relación con Dios”.

Tras la oración, Naveed me presenta a Mohammad Iqbal Chaudhry, el secretario de la organización, que me cuenta que Minhaj ul Quran es una asociación internacional con sede en Paquistán. La sección barcelonesa, dirigida por una junta de quince personas, se creó en 1996, y en la actualidad tiene 1.500 socios. Se dedica principalmente a asesorar en la tramitación de papeles, tanto los de residencia como los necesarios para la repatriación de los cadáveres de los paquistaníes difuntos. Me insisten mucho en resaltar la voluntad de integración de la comunidad. Dan clases de castellano, catalán y urdú a los niños, organizan jornadas de puertas abiertas y cada año van a Montserrat, a realizar una ofrenda floral a la Virgen y a saludar a los monjes benedictinos.

Artículo aparecido en Barcelona metrópolis

2 comentarios:

  1. Gregorio, vaig llegir l'article "Per què sóc cristià" que vas escriure a l'ARA i em va agradar moltíssim, te l'agraeixo de tot cor. A més a més, fa poc vaig assistir a la conferència que vas fer al CIC i també et volia felicitar, perquè em vas fer veure Sòcrates i Plató des d'una nova perspectiva, diria que molt enriquidora. Gràcies! (ja sóc una seguidora fidel del teu blog!)
    Elisabet Vives

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  2. Gràcies, Elisabet. Espero trigar molt a decebre't.

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