lunes, 15 de octubre de 2012

El espía perfecto


El espía perfecto parecía ser Rudolf Abel (1902-1971)

Aparentemente era el perfecto hombre corriente. Nada en él resaltaba o llamaba la atención. Era discretamente generoso y una discreta buena persona. 

Entró a los Estados Unidos por la frontera de Canadá en 1948 con la misión de restablecer, con plenos poderes, la red de espionaje soviética que el desertor Igor Gouzenko había dejado al descubierto tres años antes. 

No defraudó a sus superiores del KGB. Se recorrió los Estados Unidos de parte a parte reparando los contactos rotos y, de paso, reclutando a nuevos espías. Su centro de operaciones era Nueva York, donde tenía arrendado un apartamento barato en Brooklyn. Entre la bohemia del barrio era conocido como Emil Goldfus y pasaba por ser un discreto pintor de origen alemán. A él le resultaba fácil representar este papel porque hablaba perfectamente inglés y alemán, era un buen pintor y conocía a fondo la historia del arte. Por si fuera poco, le gustaba sorprender a sus visitas interpretando con la guitarra canciones flamencas. Para completar su perfil añadamos que tenía un apetito sexual insaciable y que sabía atraer a las mujeres sexualmente voraces.

Sin embargo a este espía perfecto un día le traicionó la suerte aprovechándose de un descuido idiota. Sin darse cuenta le pagó a un vendedor de periódicos con un centavo ahuecado. Lo normal hubiera sido que el vendedor se lo metiera en el bolsillo y se olvidará de él. Pero sospechó algo raro y se lo llevó al FBI, que inmediatamente descubrió que aquello era un dispositivo para ocultar un microfilm. Tras una brillante operación de rastreo, dieron con él.

Rudolf Abel fue juzgado y condenado a muchos años de cárcel, pero no pasó mucho tiempo encerrado. Fue canjeado por piloto Francis Gary Powers el 10 de febrero de 1962. En la URSS le dieron un recibimiento de héroe y lo premiaron con la medalla de la Orden de Lenin. Al morir fue enterrado en el cementerio de Moscú reservado para los espías, no muy lejos de Ramón Mercader.

3 comentarios:

  1. No era el espía perfecto. Lo pillaron. El espía perfecto es enterrado con honores por el enemigo pensando que es uno de los suyos. Seguro que hay más de uno.

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